lunes, marzo 2

Dimanche matin

Sólo la veía algún sábado que otro, cuando ninguno tenía nada que hacer, o cuando ambos tenían necesidades que saciar. Era sólo un entretenimiento cualquiera, sin ataduras, sin letra pequeña. Sólo era sexo. Como quien se dedica a bailar o a hacer punto, ellos se evadían entre las sábanas. Una descarga de adrenalina, sin compromisos emocionales. Era perfecto.
Demasiado, quizá. Y todos sabemos que este tipo de cosas no duran para siempre. Los encuentros se hicieron más frecuentes. Era lo peor que le podía pasar, hacerse adicto a ella. Recrearse en su ombligo era el peor de los vicios. Justo ahora que había dejado de fumar...
Pero cuanto más presente estaba en su cama, más se ausentaba ella en sus propios pensamientos. Él se vino abajo cuando se dio cuenta de que se le encogía algo en el pecho cada vez que tropezaba con unos ojos indiferentes, con una mirada abstraída que erraba en cualquier otro lugar del mundo.
-En realidad, no sé que me ocurre... Estoy rara, supongo.
Esa fue su respuesta distraída a la redundante pregunta.
Su rostro permaneció inmóvil, aunque sus ojos intentaran vanamente aferrarse a la perfección de cada curva de su cuerpo, casi con desesperación. Él si que sabía lo que le ocurría. Podía leerlo en sus miradas ausentes y sus sonrisas forzadas, para no preocuparle. Adivinó entre sus suspiros casi inaudibles mientras miraba a la ventana que esa mañana de domingo no estaba allí con él. Estaba en algún otro remoto lugar del mundo con otra persona. Se había enamorado.





-Perdona, es que estoy distraída...
-No, tú lo que estás es enamorada.