sábado, octubre 24

romeo + juliet


De pequeña quería ser princesa en cuentos de hadas. Luego, sapo tras sapo, dejó de creer en las historias de amor, que quedaron en ilusiones para niñas, como Papá Noel. Había perdido completamente la fe en esas cosas, y hacía tiempo que había dejado de buscar príncipes de todos los colores.

Quien iba a decirle a aquella incrédula que sus ilusiones infantiles no estaban del todo equivocadas, que un día viviría el mejor cuento de hadas jamás escrito. Simplemente, porque no era un cuento; era real.


Did you ever even have a boyfriend?
Of course.
What happened, why didn’t they work out?
What always happens? Life.



jueves, julio 23

Con dos de azúcar, por favor.


Él estaba casado con su máquina de escribir. Ella estaba prometida.
Se encontraron por primera vez en un paso de cebra, a ella se le cayó el café, y a él siete hojas mecanografiadas a doble cara. Y allí empezó todo, en un cruce de miradas. Él volvió cada día a la misma ahora, y entraba a la cafetería de la esquina a esperar la casualidad de su vida. Pero fueron pasando los días, ella no aparecía y no le quedaban más cafés por probar. Y mientras sacaba sus últimos tres euros con sesenta céntimos para el último café de la carta, se le cayó el optimismo del bolsillo trasero del pantalón. El último sorbo le dejó un sabor especialmente amargo en la boca, aunque no le dio importancia; era café, al fin y al cabo.
Estaba apurando las últimas lineas vacías de su hoja en blanco, cuando alguien se sentó en su misma mesa.
-Un café con dos de azúcar y... ¿tú cómo lo tomas?
Tartamudeó.
-Tomaré lo mismo, gracias.
Y allí se encontraba, una mañana lluviosa de jueves, compartiendo un café con la casualidad de su vida.

lunes, julio 13

Alto, muy alto.



















A tres metros sobre el cielo, nadando entre nubes y puestas de sol.
Y aquí arriba no puedes tocarme.





-j

lunes, abril 20

sparks

















just make it more electric


-j

lunes, marzo 2

Dimanche matin

Sólo la veía algún sábado que otro, cuando ninguno tenía nada que hacer, o cuando ambos tenían necesidades que saciar. Era sólo un entretenimiento cualquiera, sin ataduras, sin letra pequeña. Sólo era sexo. Como quien se dedica a bailar o a hacer punto, ellos se evadían entre las sábanas. Una descarga de adrenalina, sin compromisos emocionales. Era perfecto.
Demasiado, quizá. Y todos sabemos que este tipo de cosas no duran para siempre. Los encuentros se hicieron más frecuentes. Era lo peor que le podía pasar, hacerse adicto a ella. Recrearse en su ombligo era el peor de los vicios. Justo ahora que había dejado de fumar...
Pero cuanto más presente estaba en su cama, más se ausentaba ella en sus propios pensamientos. Él se vino abajo cuando se dio cuenta de que se le encogía algo en el pecho cada vez que tropezaba con unos ojos indiferentes, con una mirada abstraída que erraba en cualquier otro lugar del mundo.
-En realidad, no sé que me ocurre... Estoy rara, supongo.
Esa fue su respuesta distraída a la redundante pregunta.
Su rostro permaneció inmóvil, aunque sus ojos intentaran vanamente aferrarse a la perfección de cada curva de su cuerpo, casi con desesperación. Él si que sabía lo que le ocurría. Podía leerlo en sus miradas ausentes y sus sonrisas forzadas, para no preocuparle. Adivinó entre sus suspiros casi inaudibles mientras miraba a la ventana que esa mañana de domingo no estaba allí con él. Estaba en algún otro remoto lugar del mundo con otra persona. Se había enamorado.





-Perdona, es que estoy distraída...
-No, tú lo que estás es enamorada.

jueves, febrero 12

La ladrona de momentos

Cerró de un golpe la puerta del edificio y empezó a andar. Cuando se enfrentó al primer cruce, sacó una moneda de su bolsillo para echar a suertes su destino. Cruz. A la izquierda. Contemplaba todo a su alrededor con la mirada de un niño que ve la ciudad por primera vez, a pesar de haber recorrido esas calles en un centenar de ocasiones. Empezó a rebuscar algo en su bolso, y entre una libreta vieja, lápices sin punta, un paquete de tabaco y un billete de metro sacó la enorme cámara que ocupaba la mayor parte del espacio. Nunca se separaba de aquella vieja Canon. Oír el sonido del disparador constantemente era para ella tan importante como escuchar el palpitante latido de su corazón. ¿Exagerado? De ninguna manera. Ella disfrutaba de las insignificantes cosas efímeras de la vida, por que las cosas que sólo duran unos instantes son las que de verdad acabamos echando de menos. Y no podía soportar eso. No quería perderse nada, no quería que su imperfecta memoria pudiera estropear algún momento mágico. Todo el mundo le decía constantemente que no entendían, que no podían comprender aquella obsesión casi enfermiza por fotografiar cada detalle, pero ella se limitaba a no decir nada, sólo sonreía para sí misma, puesto que sabía que nunca hay dos instantes iguales, dos miradas o dos sentimientos.

En realidad tenía miedo, tenía miedo de no volver a vivir todo aquello. Por eso se empeñaba en encerrar momentos en un carrete fotográfico. Capturaba instantes, para que no pudieran escapar, y que el paso del tiempo no los dejara en un recóndito lugar de su memoria.


martes, febrero 3

Fin

Cerró el libro de golpe y lo tiró sobre el escritorio que estaba al lado de la cama. No sabía porque seguía dejándose convencer por sus amigas de que leyera Danielle Steel. No lo aguantaba; le resultaba más que insoportable verse sumergida en mil historias de amor que vienen a ser la misma, sólo que protagonizada por personajes diferentes y que transcurre en otro lugar del mundo, pero que en sustancia no cesa de repetirse una y otra vez. Le resulta pesado, artificial, demasiado sentimentaloide. Y pensar que ella antes era de las que hubiera amado esas historias de amor. Romántica incurable, y enamorada hasta la médula. Así era ella. Completamente soñadora, aunque eso sólo es una manera menos cruel de llamar a alguien iluso. Completamente ilusa. Sí, eso se ajusta más a la realidad. Y soñaba con haber sido la heroina de uno de esos filmes de drama romántico que siempre terminan bien. Error. Eso no es la vida real, y lo aprendió. Vaya que si lo hizo. Su romanticismo se disipó a la par que su inocencia, a una velocidad vertiginosa. En menos de un año pasó a convertirse en lo que nunca imaginaría poder ser. Una escéptica del amor. Podríamos llamarlo así. ¿Creía en el amor? Sí, claro, pero ya no creía en las personas. Seguía siendo soñadora, pero no más allá del significado estricto de la palabra; ya no era ilusa, para nada. Sabía muy bien a lo que atenerse, a lo que debía esperar y a lo que debía dar. Ni mucho ni poco, lo justo. Y se volvió fría, como el hielo. Se esforzaba continuamente por construir una muralla de acero inoxidable a prueba de lágrimas alrededor de su órgano vital. No quería dejar ver el más ínfimo atisbo de emoción, porque sabía que en cuanto lo hiciera no tardaría en pagar las consecuencias. Incluso cuando, estúpidamente confíada, dejaba traspasar un rayo de sentimentalismo a través de la barrera, creyendo que esta vez no pasaría nada, se arrepentía equivocada.

Y siempre era
todo igual.



Que alguien se atreva a decirme que el ser humano no tropieza dos mil veces con la misma piedra.

miércoles, enero 28

Definitely maybe


Pensar que merece la pena ir al fin del mundo a que te saturen la cabeza con palabrería que olvidarás al cruzar el umbral de la puerta por tan sólo un simple roce de manos. Eso no es normal.

jueves, enero 22

¿Diga?


-Creo que tendríamos que hablar...
-Para mi no hay nada de que hablar. Todo estaba claro desde un principio, y los dos sabíamos cómo iba a terminar. ¿Porqué siempre te empeñas en complicarlo todo? No sabes dejar estar las cosas; buscas explicaciones para todo y te acabas haciendo daño a ti y a los que te rodean.

Se atrevió a pedirme que lo olvidara todo. Las sonrisas, las risas, los cubatas para dos, los bailes, los paseos helados envueltos en luz de luna, las palabras sinceras desdibujadas por las copas de más, y ese beso. No duró más de unos instantes, pero fue suficiente para encontrarme semanas después, a la una y media de la madrugada, intentando encontrar un vago sentido a tantos recuerdos desordenados que se atropeyan entre si. Fue un crepúsculo al despertar del sol. Un final y un principio confundidos en un mismo destello.
La respuesta me pilló por sorpresa. Era yo la que iba a abstenerse de toda complicación, la que iba a mantenerse al margen en todo momento.

viernes, enero 2

Alla fine del mondo.















Hacia el Trastevere.