jueves, julio 23

Con dos de azúcar, por favor.


Él estaba casado con su máquina de escribir. Ella estaba prometida.
Se encontraron por primera vez en un paso de cebra, a ella se le cayó el café, y a él siete hojas mecanografiadas a doble cara. Y allí empezó todo, en un cruce de miradas. Él volvió cada día a la misma ahora, y entraba a la cafetería de la esquina a esperar la casualidad de su vida. Pero fueron pasando los días, ella no aparecía y no le quedaban más cafés por probar. Y mientras sacaba sus últimos tres euros con sesenta céntimos para el último café de la carta, se le cayó el optimismo del bolsillo trasero del pantalón. El último sorbo le dejó un sabor especialmente amargo en la boca, aunque no le dio importancia; era café, al fin y al cabo.
Estaba apurando las últimas lineas vacías de su hoja en blanco, cuando alguien se sentó en su misma mesa.
-Un café con dos de azúcar y... ¿tú cómo lo tomas?
Tartamudeó.
-Tomaré lo mismo, gracias.
Y allí se encontraba, una mañana lluviosa de jueves, compartiendo un café con la casualidad de su vida.

2 comentarios:

Vanille Galaxy dijo...

Y es que las casualidades son las sorpresas más agradables :)

Angie dijo...

Un escritor, su máquina de escribir, cafés y casualidades... todo tan bohemio que resulta irresistible ;-)