martes, febrero 3

Fin

Cerró el libro de golpe y lo tiró sobre el escritorio que estaba al lado de la cama. No sabía porque seguía dejándose convencer por sus amigas de que leyera Danielle Steel. No lo aguantaba; le resultaba más que insoportable verse sumergida en mil historias de amor que vienen a ser la misma, sólo que protagonizada por personajes diferentes y que transcurre en otro lugar del mundo, pero que en sustancia no cesa de repetirse una y otra vez. Le resulta pesado, artificial, demasiado sentimentaloide. Y pensar que ella antes era de las que hubiera amado esas historias de amor. Romántica incurable, y enamorada hasta la médula. Así era ella. Completamente soñadora, aunque eso sólo es una manera menos cruel de llamar a alguien iluso. Completamente ilusa. Sí, eso se ajusta más a la realidad. Y soñaba con haber sido la heroina de uno de esos filmes de drama romántico que siempre terminan bien. Error. Eso no es la vida real, y lo aprendió. Vaya que si lo hizo. Su romanticismo se disipó a la par que su inocencia, a una velocidad vertiginosa. En menos de un año pasó a convertirse en lo que nunca imaginaría poder ser. Una escéptica del amor. Podríamos llamarlo así. ¿Creía en el amor? Sí, claro, pero ya no creía en las personas. Seguía siendo soñadora, pero no más allá del significado estricto de la palabra; ya no era ilusa, para nada. Sabía muy bien a lo que atenerse, a lo que debía esperar y a lo que debía dar. Ni mucho ni poco, lo justo. Y se volvió fría, como el hielo. Se esforzaba continuamente por construir una muralla de acero inoxidable a prueba de lágrimas alrededor de su órgano vital. No quería dejar ver el más ínfimo atisbo de emoción, porque sabía que en cuanto lo hiciera no tardaría en pagar las consecuencias. Incluso cuando, estúpidamente confíada, dejaba traspasar un rayo de sentimentalismo a través de la barrera, creyendo que esta vez no pasaría nada, se arrepentía equivocada.

Y siempre era
todo igual.



Que alguien se atreva a decirme que el ser humano no tropieza dos mil veces con la misma piedra.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

No me atrevo, porque tienes toda la razón :)
¿Es no sentir y ser como el hielo la mejor elección?

Besoos!

César dijo...

Yo tampoco me atrevo, siempre tropezamos. En la misma o en cualquier otra, da igual si hemos visto la piedra todos los días. Nos metemos la ostia igual.

BBrus dijo...

Hay muchísimas personas en las que se puede creer y una de estas será la que te haga hacerlo y la que haga que recuperes, al menos en parte, ese romanticismo y esa inocencia.

Deberías ver cómo tengo el cuerpo marcado de caídas, van dos y media y aún así, ya sabes, a lo largo de unos cuantos años no he cambiado y a lo largo de otros tantos no creo que vaya a hacerlo.

Mientras estés contenta contigo misma todo irá genial, ¿escribes esto para ratificar tu postura o porque te sientes, consciente o inconscientemente, incómoda con ella?

Analiza la causa que te lleva a escribir esto y, desde ese punto de partida, toma un camino.

Bisoooooooooux!

Lola Gea dijo...

Siempre tendrás a personas en las que podrás confiar. Como suelo decir... Los sentimientos son una larga tela que se teje con amor y paciencia. Cuando surge un nudo tendrás que volver a deshacer todo el punto, por que no te darás cuenta de él hasta que hayas avanzado bastante. Retrocederás, quizás te cueste que vuelva a ser como antes, pero al final lo coneguirás. Quizás allá dónde haya estado el nudo se queden unas extrañas marcas que te indican que ahí te equivocaste. Pero eso no es suficiente para poder volver a equivocarte otra vez. Lo harás, lo harás muchas veces, y todas con la misma tela. Hasta el día que decidas romper y cambiar el color del tejido, incluso el punto o quizás el grosor. No implica que no te vayas a equivocar, pero poco a poco irás aprendiendo que las prisas no son buenas, que hay que pensar antes de tirar y terminar el punto entero. Y sobre todo, si te encuentras cansada, pedir ayuda, por dos que dos cuatro manos valen más que dos, cuatro ojos ven más que dos, y dos mentes tienen más ideas que una sola.

Atreverse es ganar... Y si no se gana, se pierde. Aceptar las derrotas conllevará saber apreciar más las victorias. Es posible que yo haya tenido más errores que aciertos, pero te aseguro que después los aciertos siempre valen más la pena y superan todo el dolor.

No hace falta decirte que te quiero y que jamás te juzgaré por nada, HAGAS LO QUE HAGAS, DIGAS LO QUE DIGAS, TE PONGAS COMO TE PONGAS. Sólo tu misma puedes juzgarte, pero siempre con la ayuda de los demás. Sólo que tienes que elegir, a lo largo de tu vida, a esos ''demás''. Siempre te querré, siempre estaré ahí... Puedo afirmarte que personas como tú valen la pena, no conozco a alguien igual, y nunca te dejaré sola. Cuando me necesites y cuando no lo hagas seguiré estando ahí; intentando no fallarte, intentando hacerte ver que puedes comerte el mundo con patatas si quieres. Pienso que no te valoras lo suficiente y que el día menos pensado tu vida dará un vuelco y te dará una sorpresa que ni tú misma te habrás imaginado nunca.

Lola Gea dijo...

PD: Siento decirte que ésa barrera de acero la estoy destruyendo poco a poco a base de confianza... Demostrándote que hay cosas que SÍ que valen la pena. I love you my little and sweetie girl.

Agua dijo...

Hola me ha gustado mucho tu texto!! me he sentido muy identificada! volveré sin dudarlo!!! Saludos!

Anónimo dijo...

Mil, mil,mil...pero se puede aprender. Lo que pasa es que a veces nos gusta caer.

Unknown dijo...

¿Creía en el amor? Si pero sólo el de los cuentos.
Y volver a tropezarse para levantarse de nuevo

Dara dijo...

El amor existe, en cada esquina, en cada mirada. Es decisión de cada uno negárselo por un desengaño, o buscar más y hacerse fuerte con cada herida.

De cobardes o valientes va la cosa.

Un miau